viernes, 30 de mayo de 2014

La observadora del hall.



El siguiente cuento está basado en Cielo de Claraboyas  de Silvina Ocampo.




Detrás de un portón alto de roble, al atravesar un pasillo, uno se encontraba con un viejo ascensor con forma de celda antigua, una de esas en las que exponían a los delincuentes, y pelusas en la grasa de los cables. La idea de entrar en él me hacía cuestionarme si padecía o no claustrofobia. El espejo desgastado que me obligaba a verme las arrugas asomándose por el pequeño espacio. Esa era, para mí, la pequeña tortura para acceder a mi hogar. Pero yo no fui la única que sintió algo extraño en ese edificio.


Todos los sábados, mi sobrina me visitaba. A los 8 años, dejó de venir después de tener un ataque de pánico o algo por el estilo.

Victoria tenía una obsesión con mi hall, una habitación larga que recibía algo de luz natural a través de una claraboya. A mí nunca me llamó la atención ese lugar. Las esquinas del tragaluz estaban adornadas con un borde de cuadrados verdes y azules que no coincidían en el color a causa de tormentas y reparaciones. Ese hueco me dio demasiados problemas. 


Cuando nos juntábamos a tomar el té con mi hermano y su esposa, mi sobrina se quedaba horas en el pasillo mirando hacia arriba. ¡Las historias que contaba! Yo usaba mi imaginación para no aburrirme al tener la misma edad que ella, pero Victoria decía cosas que sonaban delirantes algunas veces. Ella hablaba de una casa que estaba encima de la mía y nos confesaba todo lo que hacía la familia que vivía allí. Sus padres se reían y no le daban mucha importancia a lo que expresara. 

El sábado 15 de julio, con 8 años recién cumplidos, cuando el reloj dio las 9 fui a avisarle a Victoria que la cena estaría lista pronto. Ella siguió sentada en un viejo sillón del hall, mirando para arriba. Volví a la cocina y mientras preparaba las últimas cosas seguía hablando con Erica, la esposa de mi hermano. La carne que habíamos hecho dejó su aroma en toda mi vivienda e hizo que Jorge saliera de la biblioteca y viniera a la mesa. Antes de sentarnos a cenar fui a buscar a la observadora del hall y lo que vino después fue un desconcierto total. La niña petrificada mirando al cielo sin pestañear, con lágrimas en sus mejillas, se dio vuelta rápidamente y me gritó - ¡Celestina está muerta!- Vino corriendo y me tironeó de la pollera  para ubicarme debajo de la claraboya. En ese momento entraron sus padres y le preguntaron qué había pasado. A eso Victoria respondió: - "La de arriba, la de pollera negra, ahí… esas rodillas. Esa la mató. ¡Mató a Celestina!" – Perplejos como nunca, consolamos a la pequeña tratando de hacerle entender que no había ninguna familia allá arriba y que como Celestina no existía no había muerto. 

Todos nuestros esfuerzos fueron en vano. La cena preparada se enfrió y mis invitados no la probaron. Nunca volvieron a pisar mi hogar ni a hablar del tema. Lo único extraño que pasó a la mañana siguiente fue que encontré una mancha roja en la alfombra del hall que nunca pude quitar.


 

domingo, 11 de mayo de 2014

Ojos...


Ojos... Tengo algo con los ojos. 

Quizás una leve obsesión o una constante curiosidad.

Pero son los tuyos lo que despiertan mi más grande interés.

Quisiera mirarlos todo el día, ver la combinación de colores que hay en ellos.

Seguirlos todo el día, tratando de que no me encuentren y , al mismo tiempo, soñando... deseando que algún día pueda ver en ellos los mismos sentimientos que los míos expresan.