“En general la resistencia
está en manos de aventureros
que se proponen superar
a los jefes actuales”
William Burroughs.
No recuerdo dónde lo escuché, pero hizo ruido en mí: “a los jóvenes no
tendría que dolerles la cabeza, son muy chicos para eso”. Nosotros no
tendríamos que preocuparnos por tantas cosas que socialmente estamos
“obligados” a cumplir. Tanto nosotros como nuestros padres, no tendríamos que
preguntarnos si vamos a volver a nuestras casas ese día.
Los jóvenes vamos a sufrir. Eso es obvio, ya que estamos pasando por la
adolescencia, pero deberíamos sufrir dolor en el corazón por un mal de amores o
por una pelea con un amigo que cambió mucho y no nos gusta lo que hace ahora.
Dolor en las piernas de tanto saltar y bailar, dolor en la panza de tanto reír
o dolor en las mejillas de tanto sonreír.
No me gustan estos jóvenes que piensan que para divertirse hay que
emborracharse o drogarse. Nunca sentí la necesidad de hacer ninguna de esas
cosas para divertirme. Aunque entiendo por qué algunos lo hacen, nunca me va a
resultar algo justificable, porque existen otras salidas. En mi opinión, la
diversión sana es posible si estuviéramos más tiempo afuera que adentro con las
computadoras o el celular. ¡Cómo me vuelve loca que en una reunión estén todos
mirando una pantalla y no las caras de sus amigos! Es sorprendente cómo algo
que fue creado para conectarnos más, nos aleja y nos aísla.
Considero que la esperanza de un cambio recae en los artistas, pero
cada vez incitan más a los adolescentes a tomar un camino que no me gusta.
Tomemos como ejemplo a Miley Cyrus. Cuando trabajaba en Hannah Montana y hasta
un par de meses atrás, se mostraba más adulta, rompía con algunos límites, pero
seguía siendo, a mi parecer, un buen ejemplo a seguir. Con las últimas cosas
que hizo, todo el mundo se pregunta qué le pasó. Los artistas tendrían que
demostrar que uno puede pasarla genial, sin recurrir a esas cosas adictivas.
Odio la cantidad abismal de falsedad que veo día a día. Odio dar lo
mejor de mí por los demás y muy pocas veces recibir lo mejor de los demás.
Siempre me molestó que me dejaran de lado y por eso no me gusta que se lo hagan
a los demás.
Cuando fui a mi viaje de egresados supe que quería mostrarme como soy,
algo más que la chica nerd del curso. Sabía que me iba a molestar, porque no se
puede complacer a todos (ni ese es mi trabajo), y porque no iba a hacer lo que
ellos quisieran. Con mi viaje pude demostrar que uno no necesita cambiar, ni
tomar, ni drogarse para divertirse.
En mi opinión con un “buen compañero de viaje” y unos valores bien
inculcados y con profundas raíces, uno no debería perderse en esta sociedad. No
puedo entender lo poco que son respetados los valores. Ya no existe la
vergüenza. No tiene sentido ser responsable o puntual. Alguien que entiende
cómo siento es Sábato. “El sentimiento de orfandad tan presente en este tiempo,
se debe a las caídas de los valores compartidos y sagrados. Si los valores son
relativos y uno adhiere a ellos como a las reglamentaciones de un club
deportivo, ¿cómo podrán salvarnos ante la desgracia o el infortunio? Así es
como resultan tantas personas desesperadas y al borde del suicidio. Por eso, la
soledad se vuelve tan terrible y agobiante. En ciudades como Buenos Aires hay
millones de seres angustiados. Las plazas llenas de hombres solitarios y, lo
más triste aún, de jóvenes abatidos que, a menudo, se juntan a tomar alcohol o
a drogarse, pensando que la vida carece de sentido”. Él, desde el año 2000, al
escribir “La resistencia”, supo para dónde se estaba yendo la sociedad. Tenemos
que dar un giro a esto, cambiar de ruta. No importa cómo, tenemos que ser
jóvenes resistentes y no jóvenes perdidos.
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