Julián era un chico un poco travieso y muy soñador.
Siempre dibujaba en los bordes del cuaderno que llevaba al cole. El momento del
día que más le gustaba era la noche, justo antes de ir a la cama. Era el
momento en el que su papa le leía un cuento. Julián le pedía a su padre que le
contara historias de guerreros como los vikingos, los romanos o los samuráis,
le pedía que le cuente anécdotas de su infancia y muchas cosas más. Pero la
magia de la lectura no se detenía cuando su papá, Mateo, cerraba el libro. Ése
era solo el principio, era el empuje para toda una noche de sueños fantásticos
en los que Julián siempre era el héroe que ganaba todas las batallas. Al día
siguiente, en la escuela, él les contaba a sus amigos lo que recordaba de la
historia, un poco mezclado con su sueño.
Pero todo eso un día cambió. Mateo le había contado una historia de un muchacho que vivía en el bosque solo con su perro. Un perro valiente, leal y sobre todo cariñoso. A Julián le había encantado la idea del perro porque el siempre quiso uno pero como vivía en un departamento chiquito no podían tenerlo. Al día siguiente despertó contento de haber soñado todo lo que haría con un perro como el de la historia y para su sorpresa se encontró al mismísimo perro en la entrada de su casa. Su mamá, Ana, estaba como loca y le decía a Mateo que había un perro que ladraba y rascaba la puerta, que ya le había dado un poco de comida y no se iba. Cuando el perro lo vio a Julián le saltó encima y le lengüeteo toda la cara. Él se divirtió con el perro antes de ir al colegio, cuando volvió, después de hacer la tarea y un ratito antes de la hora del cuento. Pero para su desilusión al día siguiente el perro no estaba más.
A la mañana
siguiente, Julián quiso ir a jugar una partida rápida mientras desayunaba pero
no encontró por ningún lado los juegos ni la x-box. ¿Les habían robado? No, si
no faltaba nada excepto el premio. Julián estaba desolado, primero el perro y
ahora esto. Sus papás le prometieron que iban a ver una película que él
eligiera mientras cenaran. Él eligió una película que trataba de los desastres
naturales que había en el mundo. Estaba genial, tenía unos efectos especiales
que hacían todo tan real... Un par de veces tuvo algo de miedo pero se le pasó
al rato. Al terminar de ver la película, Mateo le dijo que no le iba a leer esa
noche porque estaba muy cansado. Julián se fue a dormir con un sentimiento
raro. Eran muy pocas las noches que su papá no le leía. En el medio de sus
sueños apareció una tormenta terrible, se podía ver algo similar a un tornado.
Todo estaba inundado y destruido. Julián se despertó sobresaltado, miró por la
ventana y vio que estaba lloviendo pero no tanto como en su sueño. Al rato pudo
volver a dormir.
A la mañana siguiente sus papás se tuvieron que ir más temprano porque la tormenta había empeorado y tenían que llegar a sus trabajos en hora. Le habían dicho que faltara ese día al colegio por la tormenta y él estaba contento, pero a lo largo de la mañana la tormenta se fue transformando en la que él había soñado. Entonces él empezó a asustarse cada vez más. Estaba harto: si soñaba algo lindo al día siguiente se iba pero cuando soñaba algo feo sentía que no terminaba más. Cuando llego su papá, Julián decidió contarle lo que le pasaba.
Su padre le
dijo: - Juli yo te leo cada noche para que destapes esa imaginación que tenés.
De todos modos, vos tenés que saber y poder controlarla. Si me decís que esto
es en serio, el único consejo que te puedo dar es que sueñes para los demás. No
importa si dura un día. Pensá que es tu poder, usalo para bien. Escribí tus
sueños, tus historias. No importa que se hagan realidad o no, o cuánto duren.
Importa lo que está adentro, lo que no está explicito. Que todos esos sueños
tienen algo tuyo.
Desde ese día Julián no le pidió al papá que le leyera un cuento para dormir, sino que cada noche antes de dormir era su momento de escritura. A la mañana siguiente, cada tanto ocurría algo que había soñado. Decidió escribir sus propias aventuras, alguna vez hizo algo de trampa al escribir que había pasado un examen sin haber estudiado, pero siempre pudo disfrutar de su imaginación y de la escritura.